martes, 22 de enero de 2013

La fe y sus síndromes

Cada uno de nosotros reconocer en los demás la virtud y corregir en si mismo los vicios que posea. Pero como cada aspecto de la vida humana se encuentra plagado de muestras de vicios y virtudes - conceptos se encuentran supeditados al contexto social cultural e histórico en nos movamos - no puede la fe escapar de tales cosas.

Hemos visto a la moral y la ética plagada de vicios en distintas épocas, la diferencia de estas con respecto de la fe es que estas primeras no gozan de la inmunidad ante nuestros juicio como lo goza la fe. La resulta pues algo pocas veces rebatido y un terreno donde no muchos se atrevan a dejar su mella.

¿Con cuanta frecuencia nos vemos cuestionando tan sagrado rincón de nuestra existencia? ¿nos hemos preguntado nosotros mismos alguna vez en donde la linea de la convicción se diluye en la conveniencia y la bondad se sumergen en la obligación o la esperanza en la irracionalidad? ¿dónde la buena voluntad se transforma en neto afán de recompensa, en inversión o incluso herramientas de manipulación? ¿o donde el afán por a verdad degenera en herramienta de la dominación e instrumento para subyugar a otros a nuestras voluntades?

Pretendemos siempre respetar en todo caso las creencias de cada cual. No es nuestro propósito el destrozar a nadie; si no más bien dotarlos de las herramientas para avanzar hacia su libertad de espíritu. Debo advertir que esto es una crítica no a la fe en si misma sino a lo que muchos profesan como su fe, sin pretensiones de que esto constituya un misil que socave las creencias del lector, deseo pues que esta espina incida en el hasta que decida removerla por si mismo.

El síndrome de la pata de conejo


En mis peripecias en las unidades de transporte colectivo suelo toparme con toda clase de personas, entre estas uno de los muchos predicadores que es usual encontrarse me ha dejado marcada la expresión que titula esta sección. En uno de sus muchas charlas me llamo la atención lo que el definió como "el síndrome de la pata de conejo", refiriéndose al uso de expresiones como: "en el nombre de señor (dios)", "amen", "dios lo quiera", y otras. Expresiones usadas ampliamente por muchos como si de palabras mágicas o de la llamada a algún supeheroe se tratase, que esta a su servicio para resolver las situaciones más triviales que se viesen envueltos. No es que cuestione la valía o el poder de tales expresiones. Pero tal como todo recurso estoy en contra de su explotación de forma indiscriminada.

Tales usos de estas expresiones hacen que su valor para nosotros mismos se devalúe, tal como hace el valor nominal del dinero al aumentar la masa monetaria. Resulta pues a mi parecer una falta de respeto que intentemos recurrir a la divinidad en que creamos cada cual, para que resuelva problemas que estamos perfectamente capacitados para resolver por nuestra mano y de los que probablemente seamos enteramente responsables. Tenemos que dejar de ver a nuestra divinidad y fe como un amuleto.

No profesa a caso la doctrina cristiana el uso de nombre de dios de forma vana. Constituye de hecho uno de los preceptos de esta corriente religiosa. Intentemos pues el mostrar el debido respeto por tales cosas, aun cuando no compartamos la fe de otros.

La transferencia de responsabilidad


Existe otro síndrome que se encuentra ampliamente diseminado y que se deriva creo del recurrir al destino como explicación última a cosas que consideramos increíbles acontezcan a personas o en circunstancias que no lo merecen a nuestro juicio.

La biblia cita en el libro de Eclesiastes 9:11 lo siguiente:

Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos.

Es decir no por mas obras o méritos, por más aptos o diestros no existe tal atracción de la "suerte". En este sentido debo aclarar que no creo ni en el destino, ni en el azar, ni en la causalidad. De nodo que en este punto concuerdo con lo citado.

Una traducción del libro del tao cita:

Alabanzas y culpas causan ansiedad ... El objeto de la esperanza y el miedo está en tu interior.

Adjudicamos y transferimos responsabilidad sobre "x" o "y" asunto, a otros, al destino, la voluntad divina, el malo, etc. Despreciamos pues el gran de la libertad por las responsabilidades que conlleva el asumirla aun a nivel inconsciente.

Si no me equivoque es Pablo que instruye a los Filipenses sobre el modo de ver estas cosas cuando dice:

Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.

Aprendamos pues lidiar con ello como dijo Job

¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?

El afán de retribución (la mal llamada inversión espiritual) 


Así como adjudicamos y transferimos las responsabilidades, intentamos también  jugar un poco con ello, al mejor estilo de una bolsa de valores, cuenta de ahorros o casino. Citas como "dios ama al dador alegre", "dando es como se recibe" o frases como "voy a sembrar"  y otras como "ponga a prueba a dios". Y las cito en referencia al uso que se dada a estas "palabras de petición", regularmente de bienes o las mal llamadas "bendiciones" que muchos esperan con ansia.

Quizá sea porque es mi costumbre siempre dudar de todo, lo cual me lleva siempre a intentar ver desde otra óptica las cosas. Aseveraciones como las anteriores ya vistas de forma objetiva nos llevan a creer que los favores divinos o la intervención divina puede ser ganada con mayor contribución monetaria, material y/o de otro tipo. Esto claro descarta la posibilidad de que sean dádivas o regalos. Suelo discrepar en este punto dado que tengo la firme convicción de que Dios - si existe - no necesita de nosotros y mucho menos de nuestro dinero. Parece un razonamiento lógico elemental que una entidad omnipotente no necesite de nada más que si misma y no se sienta obligada ni forzada por fuerza, voluntad u acción ajena alguna.

En todo caso no recibimos ya bastante:

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen,t y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. 

Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Siento a veces que desestimamos aquello que son aun autenticas dádivas divinas, porque damos las cosas por sentado y anhelamos cosas efímeras.

 No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?

Para aquellos que piden a su deidad espero que sepamos bien si vale la pena lo que pedimos y si ya agradecen lo suficiente por lo que reciben.

El síndrome de la irracionalidad


Aunque la fe y la razón son dos son dos formas de convicción que subsisten con más o menos grado de conflicto. Nunca he sido un racionalista y debo admitir que hay muchas cosas que escapan a nuestra razón. Pero es nuestra marcada tendencia -la humana- el confundir las cosas, confundimos la fe con dogmatismo y la razón con el ateísmo muchas veces. Olvidamos que el gran don de la libertad y el libre albedrío conlleva también la responsabilidad de velar por nosotros mismos y conducir nuestros caminos.

Cuando esperamos que con pedir se resuelvan problemas económicos que regularmente no hemos ganado nosotros mismos, o pedimos que alguien logre evadir la responsabilidad por algo que de hecho hizo, es como si cerráramos los ojos y nos lanzáramos al vacío sin ningún equipo esperando caer en un lugar blando.

Que razón nos lleva a lanzarnos, porque no lanzamos en primer lugar, y si lo hemos decidido porque lo hacemos sin equipo, sin previsión, sin pensar en las implicaciones. Nunca confundamos la fe con la carencia del sentido común, que parece hoy más que nunca un bien escaso.

Demos buen uso a aquellos dones que se nos han otorgados, sin esforzarnos continuamente por hacerlos entrar en contradicción. Esperemos que algún día podamos reconciliar la fe y la razón.

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